En un universo marcado por la guerra y la ambición, la Alianza Adabar y el Imperio Addammiano se enfrentan en un conflicto que determinará el destino de su sector en la galaxia. Mientras tanto, el emperador de Addammion debe de afrontar el inicio de una conspiración capaz de inclinar la balanza de la guerra.
Lejos del campo de batalla, en la Tierra una expedición se embarca en la búsqueda de un poder milenario. Varias corporaciones desatarán una lucha feroz por su control absoluto. Las cicatrices de esas contiendas marcarán el destino a todos los involucrados.
Entre la guerra, las intrigas y el misterio de esa fuerza ancestral, el destino de la galaxia pende de un hilo, mientras cada facción lucha su propia batalla para obtener el control y reescribir la historia.
ADDAMMION Dominio y Legado
Un avance del libro
CAPÍTULO 1
La Tierra. Año 2596. París. Francia.
Desde la ventana de una de las habitaciones del Edificio de Defensa de la Tierra, el general Escree observaba la imponente Torre Eiffel. De color dorado, sus cuatro pilares metálicos, anclados en enormes bloques de hormigón, se elevaban inclinándose hacia el interior convergiendo en la parte superior a unos cientos de metros más arriba. Un denso manto de bosque frondoso ocultaba las bases y la vegetación trepaba por las vigas entrecruzadas afanándose por alcanzar la cima, dando a la estructura un cierto aire natural, como si hubiera brotado desde la tierra y crecido durante siglos. Varias aves surcaban el cielo trazando círculos alrededor de la torre.
La visión de aquella obra artificial fusionada con la naturaleza lo serenaba. Después de tres días de intensas deliberaciones en el Consejo, necesitaba un momento de paz como ése. Apoyando suavemente la mano en el marco de la ventana, podía ver además otras imponentes estructuras, separadas unas de otras por kilómetros de distancia. Eran poderosas columnas de metal que se alzaban rectilíneas, superando con creces la altura de la insigne torre. Cada una de ellas sostenía enormes cúpulas lenticulares, transparentes desde su mitad hacia arriba, que acogían a los que fueron los veinte distritos de la ciudad de París. Por debajo de aquellas construcciones, el río Sena serpenteaba por un bosque infinito que se extendía por todas partes de este a oeste hasta perderse en el horizonte.
El general seguía inmóvil, absorto por el majestuoso contraste entre el verde paisaje, la torre dorada y el cielo azul salpicado de nubes blancas y grises. La escena era una composición armoniosa de colores y formas.
Aquel momento relajante se vio interrumpido ante la voz artificial del ordenador central resonando en la estancia.
—General Escree. Tiene una transmisión cifrada, nivel veinte.
—Gracias —contestó Escree—. Autorizando desencriptación, código Tres-Alfa-Quinta, general Albert Escree, comandante en jefe de la División de Defensa Espacial del Sistema Solar Tierra.
De inmediato se inició la transcripción.
—Anulación preventiva de las directrices ciento doce a ciento sesenta y dos, acordadas en el Consejo de la Alianza y ratificadas en Parbesia. Revisión de directrices en el próximo Consejo. Objetivo principal: establecer operaciones tácticas de control en los límites de la Confederación, autorizando para esta misión al general Albert Escree como delegado ejecutivo, con plenos poderes. Código Au-10. Se requiere su presencia urgente en la Base Central de Operaciones de la CDAA, en fecha Andrómeda 323/3.2.15. Decodificación para envío de coordenadas, con código ta0139est. Fin de transmisión.
La mirada del general seguía admirando la vista exterior. La comunicación confirmaba lo que se había discutido durante horas en el Consejo de la Alianza: una crisis abierta con un poderoso planeta no alineado, de nombre Addammion.
Escree sabía que esta crisis requeriría decisiones difíciles y rápidas. Su mente comenzaba a trazar posibles estrategias tácticas con vistas a esa próxima reunión.
Un robot auxiliar interrumpió el silencio con un silbido corto, mientras se desplazaba con sus ruedas omnidireccionales hacia el general. De un metro de altura, con forma cilíndrica abombada, recubierto de un material metálico brillante, el autómata portaba en su parte superior un brazo extensible que sostenía una bandeja térmica con una pequeña taza humeante.
—Su café, general.
—Gracias —respondió Escree.
Sorbió lentamente la amarga bebida, tomándose el tiempo necesario para saborearla. Era como si supiera que ese momento sería uno de los pocos instantes de tranquilidad que iba a disponer en mucho tiempo.
El porte de Escree era realmente imponente. Alto, de complexión atlética y excelente fortaleza. En aquel entonces los grandes avances en salud y longevidad permitían que una persona pudiera superar sin problemas físicos y mentales los ciento sesenta años, por lo que, a sus sesenta y ocho, se encontraba en la cúspide de su vida personal y profesional. Su cabello marrón negruzco mostraba canas plateadas en la parte frontal y en las sienes; también en su tupida barba estas se marcaban como líneas que descendían desde las comisuras de los labios. Sus ojos marrones y penetrantes revelaban la experiencia adquirida a lo largo de los años de servicio. Siempre vestía el uniforme militar con orgullo. Aunque había sido condecorado con la mayoría de los reconocimientos al valor como combatiente y estratega, primero en la Tierra y después en la Alianza, no solía incorporar insignias en su uniforme a menos que los protocolos así lo exigieran. No era necesario, el nombre del general Albert Escree inspiraba respeto y admiración en todos los rincones del espacio conocido.
Salió de la estancia con paso firme, seguido de cerca por dos escoltas que se esforzaban por igualar el ritmo decidido de sus pasos.
Llegaron a la terminal de la planta baja del edificio, donde un turbotrén aguardaba su llegada.
Aquel transporte era una cápsula esférica, con una capacidad de entre cuatro a diez personas, dependiendo del modelo utilizado, diseñado para operar dentro de una red de tuberías de alta presión, subterráneas y submarinas, que abarcaba casi todos los puntos del planeta. Un sistema de propulsión avanzada generaba un campo de energía gravitacional, impulsando al vehículo a velocidades extremas por un canal de dirección mediante levitación magnética que permitía un movimiento fluido. Equipado con tecnología hiperbárica para mitigar los efectos de la alta velocidad, podía alcanzar una velocidad máxima de tres mil kilómetros por segundo. Además, cada una de estas cápsulas contaba con un control de identificación individual que garantizaba la precisión y privacidad de los trayectos programados.
Escree entró en el vehículo. Las puertas se cerraron y la cápsula se elevó quedando suspendida sobre el riel. Introdujo las coordenadas en la consola de mano ubicada en el asiento y al instante el vehículo pareció desaparecer con un leve zumbido.
Las Fuerzas Armadas disponían de varias bases secretas estratégicamente situadas alrededor del mundo. No solo funcionaban como terminales aéreas o terrestres del Gobierno Global, sino que también estaban diseñadas para convertirse rápidamente en estaciones operativas de defensa, pudiendo desplegarse si era necesario como imponentes aeronaves de guerra listas para el combate, tanto en la atmósfera terrestre como en el espacio.
En la estación de una de aquellas bases, en un lugar indeterminado de las Montañas Rocosas de Canadá, el general Castor Roslar, comandante de las Fuerzas de Seguridad del Gobierno Global, esperaba la llegada de Escree.
A pesar de su edad avanzada, el general aún irradiaba una vigorosa energía. Su estatura, constitución física y postura erguida reflejaban autoridad y confianza natural. Su rostro, marcado por los años y experiencias vividas, mostraba arrugas profundas que daban testimonio de su conocimiento y determinación. De cabello gris perlado y mirada inquietante, observadora, su expresión era la de una mente aguda y siempre alerta.
Roslar se sentía orgulloso del general Escree. Desde los primeros días en la academia de oficiales, cuando asumió el papel de su mentor, supo que aquel joven emprendedor estaba destinado a alcanzar la cima de la jerarquía militar. Con el paso de los años, su relación se fortaleció, forjando un vínculo cercano, casi como el de un padre y su hijo.
El turbotrén apareció de repente, deteniéndose en la zona de desembarco. Las compuertas acristaladas de la estación se abrieron, permitiendo a Roslar acceder al andén para recibir al pasajero.
Al bajar, Escree reaccionó con agradable sorpresa al ver que su maestro, mentor y viejo amigo lo esperaba delante de él con la mano extendida.
—¡Albert! Es bueno verte de nuevo —exclamó Roslar, con emoción contenida reflejada en su rostro, intentando no quebrantar el porte marcial que su rango le imponía.
—General, es un honor —respondió Escree dibujando una sonrisa. A diferencia de su antiguo maestro, mostraba abiertamente la satisfacción de volver a encontrarse con su instructor y protector—. Le agradezco su tiempo.
—Oh, no es nada. Tenía muchas ganas de estrecharte la mano. He venido expresamente para saludarte en persona después de tanto tiempo, acompañarte hasta tu nave y charlar contigo durante el trayecto —reconoció Roslar mientras invitaba a Escree a iniciar la marcha—. ¿Qué tal el viaje?
—Perfecto. De París hasta aquí en cinco segundos.
—Sí… Hace tres años desde el primer prototipo. Es el medio de transporte más efectivo y seguro para las Fuerzas Armadas. Aún hoy estos trastos de alta velocidad siguen sorprendiéndome, aunque soy demasiado viejo para admitirlo —dijo con una ligera sonrisa—. Dime Albert, ¿cómo se encuentra la situación en la frontera?
—Estamos tratando de reanudar las negociaciones con Addammion, pero se siguen negando a entablar un diálogo para alcanzar un reparto justo de los recursos en el cinturón de planetoides de la zona neutral.
—Ya veo. Además, el ataque de una de las prospecciones gestionada por nuestros aliados aislanos habrá tensado aún más las relaciones —aseveró Roslar, mirando de reojo a Escree.
Él le respondió de igual forma—. Aún no hay datos suficientes para confirmar su autoría. El Gabinete Diplomático se esfuerza en abrir una línea de diálogo, pero es complicado. Addammion rechaza cualquier tipo de acercamiento con otros sistemas o alianzas—. Hubo un pequeño silencio. En ese lapso, los pasos de ambos generales retumbaban en el pasillo—. Además —prosiguió—, Aislan quiere responder lanzando una operación de respuesta activa de manera inmediata.
—¿Y la Primera Alianza?, ¿Alguna reacción? —preguntó Roslar.
—Se mantiene al margen. Solo observa y espera, sin intervenir —respondió Escree.
Llegaron a la pista en donde la nave de Escree ya estaba preparada.
—¿Y aquí cómo están las cosas, General? —preguntó Escree con cierto aire protocolario.
Roslar contestó impertérrito. —Tras la última crisis en el continente africano, hace ya seis años, todo está en orden.
Escree notó en el rostro del viejo general un atisbo de preocupación. Conocía demasiado bien a su apreciado mentor, fruto de tantos años de aprendizaje y amistad, como para no percatarse de ello.
La conversación pareció concluir en aquel momento. Una puerta transparente se abrió al paso de los dos generales, dando acceso a la dársena en donde la nave de Escree lo esperaba.
—Aquí me despido, Albert —dijo Roslar—. Te deseo la mejor de las suertes, y confío en tu saber hacer para poder controlar esta crisis de la mejor forma posible.
—Gracias, General —respondió Escree con un saludo marcial—. Espero que nos reencontremos pronto y podamos charlar de otros asuntos menos preocupantes.
Escree entró en la nave y se acercó a la cabina de vuelo, donde todo estaba preparado para el despegue.